Opinió
Tribuna

Buscando el norte

«Si los migrantes atraviesan el último umbral, no podrán sentirse nunca a salvo porque Trump les arrancará el estatus de protección temporal»

Jonathan Martinez
05 de desembre de 2024, 19:00
Actualitzat: 19:06h

La escena está en la memoria de todo el mundo. En nuestros teléfonos móviles, en memes musicales, Donald Trump se enfrenta a Kamala Harris durante el debate presidencial y deja caer el bulo. Dice que en Springfield, Ohio, los migrantes haitianos están comiendo perros, están comiendo gatos. Mientras Internet carcajeaba con la ocurrencia, los conservadores estadounidenses aquilataban su mensaje electoral: “No comas mascotas, vota republicano”. En un entorno mediático donde la verdad ha dejado de ser importante, la política se rige por reglas ajenas al sentido común. Trump ganó y los migrantes siguen perdiendo.

(Llegeix aquí l'article de Jonathan Martínez en català)

Los bulos, incluso los más ridículos e insostenibles, ejercen una influencia real en las vidas de la gente. En las últimas semanas, la prensa internacional se ha interesado por los haitianos que viven en Springfield y así hemos descubierto que hay habitantes huyendo por miles entre el pánico a los arrestos y a las deportaciones. La ciudad se convirtió en un foco de protestas neonazis. Se repartieron folletos del KKK. Ha habido decenas de falsas amenazas de bomba. Y los supremacistas blancos se han envalentonado aún más con la victoria trumpista.

Aunque parezca una paradoja, el triunfo de Donald Trump ha supuesto también un acicate para la inmigración. En noviembre de 2016, grupos de centroamericanos salieron a toda prisa hacia Estados Unidos con la esperanza de alcanzar el norte antes de que la Casa Blanca cambiara de colores. La premura estimuló la avaricia de los coyotes, bandidos que ayudan a que los extranjeros franqueen las fronteras inadvertidamente a cambio de una elevada suma. Los precios, cómo no, fluctúan de acuerdo a los vaivenes políticos.

La historia se repite mientras escribo estas palabras. En Tapachula, México, se forman caravanas de migrantes dispuestos a enfrentar el cansancio y las temperaturas homicidas, conscientes de que pueden morir de inanición en el desierto de Sonora o acribillados a balazos por los militares. Incluso si tienen suerte y atraviesan el último umbral, no podrán sentirse nunca a salvo porque Trump ha prometido que les arrancará el estatus de protección temporal.

He visto con mis ojos a una familia que buscaba el norte en Guatemala. Habían cruzado ya seis fronteras huyendo de la violencia de Ecuador. Atravesaron la selva del Dairén caminando durante tres días con un niño de cuatro años a cuestas. Les han robado. Los han agredido. Trabajan vendiendo dulces en los semáforos con la esperanza de reunir un dinero que deberán entregar a algún coyote por un servicio peligroso e incierto. Y el reloj corre en su contra porque Trump camina inexorablemente hacia la Casa Blanca.

No comen ni perros ni gatos. De hecho a veces ni siquiera comen porque no tienen con qué pagar. Son víctimas del crimen organizado y de los bulos ultraderechistas. La misma vaina. Nadie expone así su vida por placer sino por necesidad extrema. Quienes los odian son de carne y hueso pero no me atrevería nunca a llamarlos humanos.

Nascut a Bilbao (1982), soc investigador en Comunicació Audiovisual. Col·laboro en diversos mitjans com Naiz, Ctxt, Kamchatka, Catalunya Ràdio, ETB i TV3.

El més llegit