Opinió
Tribuna

Odiar a la Policía

«Repitamos una y otra vez esta frase de servicio público hasta que a los susodichos les entre de una vez en la mollera: no existe el delito de odio contra la Policía»

Jonathan Martinez
29 d'agost de 2024, 19:00

Hace un porrón de años, en una entrevista con François Truffaut, Alfred Hitchcock confesó algunos de sus más íntimos pavores. La anécdota es conocida y tal vez exagerada: a la edad de cinco años estuvo encerrado durante unos minutos en la celda de una comisaría porque su padre quería darle una lección. Esto es lo que hacen con los chicos malos. El trauma se le quedó incrustado en la memoria y lo persiguió durante toda su vida adulta. Sentía pánico por la autoridad. A todos los niños les preguntan qué quieren ser de mayores, dice Hitchcock. En su caso, cualquier cosa menos policía.

En las películas de Hitchcock, los agentes del orden proyectan una sombra de espanto o de sospecha. Lo cierto es que no salen muy bien parados. Hitchcock, el policiófobo. Un demonio llamado Fobo personificaba el miedo en la mitología griega. Con el tiempo, la idea misma de la fobia ha experimentado un deslizamiento semántico. Homófobo no es quien teme a los homosexuales, sino más bien quien los odia. Un xenófobo no es tanto una víctima aterrorizada como un cretino que la toma contra el extranjero.

Leo que se ha armado la marimorena porque la fiesta mayor de Granollers ofrecía un taller satírico donde los niños podían lanzar cócteles de juguete contra un espantapájaros vestido de policía. La Fiscalía de Menores ha tomado cartas en el asunto y ahora hay quien se pregunta dónde están los fiscales cada vez que los cuerpos policiales imparten talleres escolares y ponen material antidisturbios en manos de los infantes. Sin esas dobles morales, la polémica no tendría un pase. Pero resulta que la asociación policial USPAC ha denunciado a la alcaldesa por delito de odio. Y mira, por ahí sí que no.

Repitamos una y otra vez esta frase de servicio público hasta que a los susodichos les entre de una vez en la mollera: no existe el delito de odio contra la Policía. Lo confirmaba el propio TSJC cuando la Fiscalía se querelló contra el diputado Ferran Civit por unos tuits sobre las cargas del 1-O. Los hombres que tomaron Catalunya con porras y bocachas no eran un colectivo vulnerable por mucho que se hubieran alojado en buques de dibujos animados. Tratar de malear así la letra del delito de odio no solo representa una vileza, sino sobre todo una burla hacia los sectores sociales que de verdad experimentan vulnerabilidades.

La policiofobia, en las películas de Hitchcock o en las fiestas de Granollers, no es ni puede ser un delito de odio. Lo dice el Tribunal Europeo de Derechos Humanos cuando estima que las fuerzas de orden público “difícilmente pueden ser descritas como una minoría desprotegida o un grupo que tiene una historia de opresión o desigualdad”. La administración rusa de Putin, con los mismos argumentos que la USPAC, había empapelado al bloguero Savva Terentyev por expresar públicamente su odio hacia los policías. Estrasburgo terminó dándole la razón. Temer y odiar al poder es legítimo. La pregunta es si el poder desea ser menos temible y menos odioso.

Nascut a Bilbao (1982), soc investigador en Comunicació Audiovisual. Col·laboro en diversos mitjans com Naiz, Ctxt, Kamchatka, Catalunya Ràdio, ETB i TV3.

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