La controversia cayó como un torpedo en las oficinas de la editorial Anagrama. El escritor Luisgé Martín se había entrevistado con José Bretón con el deseo de explorar una mente parricida y contarlo en un libro que iba a titularse El odio. El problema no era tanto la curiosidad literaria del autor como la colisión de la iniciativa con el derecho a la intimidad y el honor de la familia. Ruth Ortiz, madre de los dos niños asesinados por Bretón, recurrió a la Fiscalía. Entre encendidos debates sobre los límites de la libertad de expresión, Anagrama dio marcha atrás y terminó extinguiendo el contrato de publicación de la obra.
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Durante algunas semanas, la polémica sobre El odio fue el síntoma visible de un terco rumor de fondo. Con el auge de las plataformas de streaming, las productoras buscan historias verídicas que resuenen en la conciencia colectiva. Hay crímenes que han dejado una impronta generacional y cuyos pormenores conocemos al dedillo porque los hemos visto mil veces en los telediarios o estampados en los grandes titulares de las portadas de prensa. ¿Quién no conoce el crimen de la Guardia Urbana? Cuando Netflix estrenó El cuerpo en llamas sabía que no necesitaba grandes campañas publicitarias porque la serie se vendía sola.
Netflix cosechó el mismo alboroto con Las cintas de Rosa Peral, ¿Dónde está Marta?, El caso Asunta, Las últimas horas de Mario Biondo o Angi: Crimen y mentira. HBO hizo lo propio con Dolores: La verdad sobre el Caso Wanninkhof. El pasado mes de mayo, El País reveló que un juzgado de Ávila estaba investigando a varios funcionarios de prisiones por proporcionarle un móvil a la asesina del niño Gabriel. Por lo visto, Ana Julia Quezada no solo se comunicaba con periodistas, sino también con una productora que quería rodar un documental sobre el caso. No es de extrañar que Patricia Ramírez, la madre del niño Gabriel, viva con el miedo de que su dolor se convierta en película.
Este es el rumor de fondo que sonaba el pasado mes de septiembre cuando se reabrió la investigación sobre la muerte de Helena Jubany. Esta semana ha trascendido que la compañía Plataforma Blanc i Negre quería estrenar un musical titulado Em dic Helena Jubany. La familia de la víctima había reiterado a los autores que renunciaran a mercantilizar el caso y que no interfirieran en las investigaciones. Joan Jubany, hermano de la bibliotecaria asesinada en 2001, tildó el proyecto de oportunismo sin escrúpulos. Finalmente, el espectáculo ha quedado en el aire después de que el teatro Círcol de Badalona le haya cerrado las puertas. La compañía denuncia “censura”.
Este episodio invita a una reflexión también en el ámbito del periodismo. Aquí no importa tanto lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Carles Porta ha dicho alguna vez que prefiere no abordar la crónica negra si no es con el permiso y hasta con la colaboración de los familiares de las víctimas. Se trata de explicar la historia "con ellas" y no "a pesar de ellas".