El comienzo de la historia

«Una masa de irlandeses y neoyorquinos han hecho suyos los insultos de la clase dominante y han asumido el orgullo de ser llamados extremistas, radicales y lunáticos ultraizquierdistas, si eso significa defender lo obvio»

06 de novembre de 2025

En los años noventa hizo fortuna un libro de Francis Fukuyama que proclamaba el fin de la historia. Puesto que la URSS había colapsado y el muro de Berlín había caído a pedazos, la democracia liberal se consolidaba como el sistema más perfecto de gobierno. El libre mercado era una unidad de destino en lo universal. Marx, Lenin y Bakunin quedaban relegados a los sótanos de los museos. “La guerra de clases ha terminado”, diría Tony Blair durante un congreso del Partido Laborista.

Con el tiempo, el propio Fukuyama se encargó de matizar sus palabras y ha terminado denunciando los peligros del neoliberalismo. Sus viejas reflexiones habían subestimado el potencial autoritario de la economía de mercado. Tampoco habían llegado a predecir la proliferación de formaciones ultraconservadoras que están erosionando el concepto mismo de democracia. Algunos hablan de gobiernos “iliberales”. Otros mencionan el ascenso imparable de la “extrema derecha” como si fuera un destino fatalista del que es inútil escapar.

Hace unos días, Catherine Connolly ganó las elecciones presidenciales irlandesas con un 63% de los votos. Barrió sin apelación a la candidata de Fine Gael, partido centroderechista que gobierna Irlanda junto a Fianna Fáil. Connolly, que contó con el sostén de fuerzas como el Sinn Féin o el Partido Laborista, hizo un discurso centrado en la crisis habitacional, el cambio climático, el antimilitarismo, la solidaridad con Palestina y la reunificación de Irlanda. El Financial Times la llamó “izquierdista dura”. El Daily Mail, “extremista”. The Irish Times, “radical”.

Cuando los forofos del establishment aún no habían digerido el palo, el socialista Zohran Mamdani se impuso en las elecciones a la alcaldía de Nueva York. La ciudad quedará en manos de un joven que no solamente es musulmán sino que además ha desafiado las cacerías xenófobas de Donald Trump. Sus reivindicaciones son elementales: servicios públicos gratuitos, impuestos a las grandes fortunas, viviendas asequibles y una adhesión entusiasta a las reivindicaciones sindicales. Es por eso que sus adversarios le han regalado algunos calificativos propios de la era macartista: “extremista”, “radical”, “yihadista bolchevique”, “lunático comunista”.

Es improbable que Zohran Mamdani inaugure el soviet de Manhattan o administre la industria de Brooklyn mediante planes quinquenales. Tampoco parece factible que Catherine Connolly ordene colectivizar Ryanair y permita que la Guinness se gobierne mediante consejos obreros. La cuestión es otra. Y es que una masa de irlandeses y neoyorquinos, en plena ofensiva conservadora, han hecho suyos los insultos de la clase dominante y han asumido el orgullo de ser llamados extremistas, radicales y lunáticos ultraizquierdistas, si eso significa defender lo obvio. Cuando nos decían que la ola reaccionaria era imparable, se alzaron mayorías que pusieron el pie en la pared. La historia no ha terminado porque apenas acaba de empezar.