Opinió
Tribuna

Jóvenes conservadores

«Podemos lamentarnos de que tantos jóvenes desprecien la democracia, pero también podemos preguntarnos qué hacer para que la democracia sea algo más que una palabra»

Jonathan Martinez
13 de febrer de 2025, 19:00
Actualitzat: 20:00h

El último sondeo del Institut de Ciències Polítiques i Socials viene calentito. Resulta que un buen montón de chavales, en concreto los hombres, no aprecia demasiado la democracia. La mitad de los mozos menores de veinticuatro años ni siquiera se siente amenazada por la extrema derecha. Si preguntas a las mozas, eso sí, la canción cambia de bando. En cuanto al feminismo o la migración, la brecha entre ellos y ellas es tan grande que parecen vivir en planetas diferentes.

En este asunto no hay excepción catalana. Hace años que el CIS, por ejemplo, publica informes con las mismas tendencias. El año pasado, John Burn-Murdoch explicaba en el Financial Times las implicaciones de un fenómeno que es de alcance mundial y que se reproduce con sutiles variaciones en Estados Unidos, Alemania, Corea del Sur o Reino Unido. En fin, que las mujeres jóvenes son cada vez más progresistas y los hombres jóvenes cada vez más conservadores. Si no entendemos a la generación Z, dice Burn-Murdoch, es porque en realidad son dos generaciones.

En Catalunya, en el último año, el feminismo ha perdido dieciocho puntos de apoyo entre los más tiernos varones. Una interpretación apresurada nos llevaría a deducir que los hombres simplemente ven amenazados sus privilegios de género. Los gráficos, en cambio, plasman una realidad aún más alambicada. Basta echar un vistazo a la percepción sobre la inmigración para detectar el mismo patrón: son ellos, los machos jóvenes, el grupo social que mira con mayor recelo a los extranjeros. Los ultras ofrecen el pack completo a su más lozana clientela: autoritarismo, vieja masculinidad y xenofobia.

Se ha hablado mucho del influjo tóxico de las redes, de los incels y la manosfera, de Twitch y de TikTok, de los criptobros y los burpees, de los influencers fugados a Andorra y de los niñatos turboliberales que dan la murga para que holdeemos con cojones. Por las alcantarillas de internet asoman cada día esputos verbales de esa genealogía. Que si las feminazis. Que si los pelo brócoli. Que si no comen jamón. El panorama tiene forma de desierto ideológico sin más esperanza ni consuelo que la rabia indiscriminada.

Sabemos que la extrema derecha pesca en los caladeros de la frustración, pero sirve de poco atajar las consecuencias si no nos atrevemos a enfrentar algunas de las causas. Hablamos de una generación atravesada por dos crisis económicas. Las promesas del estado del bienestar nos parecen ya una filfa. El neoliberalismo tiene aroma de estafa piramidal. Los derechos laborales, ciencia ficción. El derecho a la vivienda, papel mojado. Hoy podemos lamentarnos de que tantos jóvenes desprecien la democracia. Pero también podemos preguntarnos qué hacer para que la democracia sea algo más que una palabra. Algo más que un mal menor en las encuestas.

Arxivat a

Nascut a Bilbao (1982), soc investigador en Comunicació Audiovisual. Col·laboro en diversos mitjans com Naiz, Ctxt, Kamchatka, Catalunya Ràdio, ETB i TV3.

El més llegit