Aprovechando el aniversario de la muerte de Franco, Movistar Plus+ ha estrenado Anatomía de un instante, una miniserie de Alberto Rodríguez basada en el famoso libro de Javier Cercas. El centro de la trama es el 23-F, no tanto el golpe en sí como algunos de los factores que propiciaron el golpe. A falta de que el Gobierno español desclasifique los documentos, la versión autorizada es que el rey Juan Carlos I detuvo a los sublevados y salvó la democracia con su proverbial campechanía. Todo orden político necesita sus mitos y el orden político nacido de la Transición necesita una ración doble.
Dice José Manuel Lorenzo, el productor de la serie, que quería contar a la juventud los entresijos de la Transición entendida como pacto entre adversarios. El libro de Cercas le pareció la fuente más adecuada. Tiene sentido. En cierto modo, el autor cacereño ha cultivado como nadie el mito de la concordia y el espejismo de la reconciliación nacional. En ese esquema no terminaba de encajar el cine de Alberto Rodríguez, cuyas películas caracterizan la Transición como una cronificación violenta del franquismo.
Es cierto que la serie se inspira en el libro de Cercas, pero la mirada de Alberto Rodríguez no deja mucho lugar a las fantasías oficiales. El personaje de Adolfo Suárez, interpretado por Álvaro Morte, aparece dibujado como un oportunista capaz de vender a su familia por un pedazo de pesebre. Es franquista más por ambición que por convicción y se mueve como pez en el agua en las lógicas corruptas del sistema. La TVE de la época se presenta como un instrumento más a su servicio. Los militares lo miran de reojo porque temen que pueda legalizar el PCE. Y Santiago Carrillo, encarnado por Eduard Fernández, se abre a casi cualquier renuncia con tal de acudir a las urnas.
La serie no puede ni pretende abarcar todos los pormenores de aquellos años turbios. De hecho, la homologación del PCE siempre dulcificó lo que en realidad fue un proceso de legalización selectiva. Varios partidos republicanos e independentistas quedaron entonces al margen de la ley. Lo que sí muestra la serie es que la Transición no fue tanto un ejercicio de concordia como una pugna entre sectores del régimen. El pulso de un búnker preconciliar y el desafío de los militares más bárbaros hicieron que los nuevos franquistas pasaran a la posteridad como demócratas denodados. Alguien se extrañará, dice Rodríguez, de que mostremos a Suárez saludando a la romana. Pero es lo que hubo y lo que hay.
Al parecer, tanto Lorenzo como Cercas han quedado satisfechos con la serie. Yo no he visto concordia ni reconciliación por ninguna parte sino un pacto entre élites con la sociedad civil como convidada de piedra. Hoy se proclama con tono de lamento que muchos jóvenes no saben nada sobre la dictadura de Franco. El problema es que muchos mayores tampoco saben o quieren saber demasiado sobre la Transición más allá del mito tantas veces repetido y tantas veces refutado.
