Cada vez que la CEOE abre la boca, escucho con atención sea cual sea el portavoz de turno. Me fascinaba, por ejemplo, Juan Rosell con sus frases de cuñado en Nochebuena que la emprende contra los desempleados y desconfía de las estadísticas oficiales. “Hay una inflación de noticias negativas que debería moderarse”, decía en plena crisis económica después de que Rajoy abaratara el despido con su reforma laboral. Crack, fiera, máquina, jefe, monstruo, ponme otra birra pero sin espuma, que ya me he afeitado esta mañana.
¿Y quién recuerda a Gerardo Díaz Ferrán? "Si es que es cojonuda", dijo a micro cerrado en la SER mientras escuchaba un discurso de Esperanza Aguirre. ¿Cómo podemos resolver la crisis, señor Díaz Ferrán? Pues trabajando más y ganando menos, claro está. No vaya usted a pensar que con 38 horas de tajo vamos a salir a flote. ¿Cuál es la mejor empresa pública? La que no existe. ¿Y qué me dice de su compañía aérea, esa que tampoco existe porque se ha ido al carajo? Mire usted, yo no hubiera volado nunca en Air Comet.
Por suerte la patronal tiene ahora al frente a un hombre cabal como Antonio Garamendi, todo un gentleman que se declara progresista pero acusa a Junts de comunismo por reclamar el retorno de las empresas que el Estado mandó sacar de Catalunya. Garamendi, un noble caballero que rehúsa la reducción de jornada porque equivaldría a “regalar doce días de vacaciones pagadas por la empresa”. Un amante de la gastronomía que dice no gustar de los callos a la madrileña pero se relame con el ayusismo fiscal.
Con la fiscalidad hemos topado, amigo Sancho. Los mejores boxeadores del debate público han aparcado un segundo la amnistía para emprenderla contra la financiación catalana. Feijóo lo llama ahora “independencia fiscal” aunque el PPC de Sánchez-Camacho lo avaló en su Congreso de 2012 con las mismas palabras que emplean ahora PSC, ERC y comuns: “financiación singular”. Pero que nadie se llame a engaño. El verdadero frente de guerra es la fiscalidad misma, la llamada permanente a odiar los impuestos y a desmontar la educación, la sanidad y el sistema de pensiones.
Y ahí es donde irrumpe Garamendi, colmillo retorcido, proponiendo que los trabajadores reciban el sueldo bruto y que el Estado deduzca después las retenciones. Que la ciudadanía entienda la Seguridad Social no como una inversión sino como un robo. Que los currantes perciban al empresario como un agente de caridad y vean la fiscalidad como una mordida mafiosa. Garamendi alienta la insurrección fiscal contra las escuelas y los hospitales, que son en última instancia una forma comunal de salario diferido.
Desde aquí proponemos otra pedagogía. Ingresad en la nómina de los trabajadores el beneficio total generado y que los empresarios deduzcan después la plusvalía. Hay empresas tan rentables y con tantos beneficios que quizá sus empleados empiecen a sentir las verdaderas dimensiones del robo. Y puede que entonces la insurrección cambie de bando.