A menudo me acuerdo de Pimpinela. Los veíamos todo el día peleándose en la televisión, él cruzado de brazos mientras ella le leía la cartilla, ella con los brazos en jarra mientras él le explicaba las razones de su infidelidad. Era lo que hoy llamaríamos una relación tóxica. Se dejaban pero querían volver. Querían volver pero ya era tarde. ¿Por qué? Porque ahora soy yo la que quiere estar sin ti. Estaba requeteclaro que aquel noviazgo no tenía ningún futuro. Por eso me extrañaba verlos casi abrazados en la portada del disco, regresando una y otra vez al escenario, odiándose pero necesitándose al mismo tiempo.
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De niño incubé la fantasía de que Lucía y Joaquín, Pimpinela, eran un matrimonio real atormentado por los celos. Fue un contratiempo descubrir que en verdad eran hermanos. De pronto, sus canciones no solamente adquirieron para mí un matiz incestuoso, sino que además empecé a comprender la crueldad del destino: un matrimonio puede disolverse con mayor o menor acierto, pero los hermanos permanecen unidos por un imborrable vínculo de sangre. En efecto, el dúo Pimpinela continúa activo después de cuarenta y cuatro años de desengaños y traiciones.
La doctrina Pimpinela sentó jurisprudencia en el ámbito político. O la política en Pimpinela, no lo sé. El caso es que nos hemos acostumbrado a ver a sus señorías tirándose los platos a la cabeza y abrazándose a las primeras de cambio. Y viceversa. Hay que saber hacer de la ruptura un arte para que el otro aprenda a valorar lo que ha perdido. Digámoslo así: Junts pudo haberse desentendido en silencio de sus acuerdos con el PSOE, pero ha preferido escenificar la separación con todo lujo de detalles. Así, en el éxtasis del despecho, uno puede hacer inventario público de agravios: la amnistía, la oficialidad europea del catalán, los ojitos que le ponías a los rufianes de ERC.
Pedro Sánchez ha visto que el matrimonio hacía aguas y ha corrido a los micrófonos de RAC1 y la 2Cat para entonar el mea culpa y prometer el oro y el moro. Ahora el Gobierno español anuncia concesiones y decretos, pero Junts sigue enrocado en el escepticismo. En mi cabeza suena de fondo Pimpinela. “¿Qué quieres? ¿Que te mienta? ¿Que invente lo que aún no siento?”. Y Feijóo se frota las manos pensando en los papeles del divorcio mientras sueña una moción de censura que no llega. Una cosa es enfadarse sobre las tablas, como los hermanos Galán, y otra muy distinta disolver el dueto.
Se ha hablado muchas veces de la “sociovergencia” para nombrar una suerte de alianza tácita que habría ejercido el control sobre los aparatos políticos, empresariales y comunicativos de Catalunya desde los primeros pinitos de Pujol. Los defensores de esta hipótesis sostienen que el PSC y CiU formaron con los años una densa telaraña de intereses y complicidades. Era el seny. El statu quo. Aquello se rompió y volvió a amarrarse a su manera en varias ocasiones. Nada nuevo bajo el sol. Pimpinela nos enseñó que no hay amor sin ruptura ni ruptura sin amor.
