Corría el año 1939. Había terminado la guerra pero apenas empezaba la represión. El poeta Miguel Hernández, que había combatido en las trincheras republicanas, trató de huir por la frontera portuguesa pero cayó en manos de los hombres de Salazar. Primero lo encerraron en Huelva, después lo trasladaron a Sevilla y finalmente lo remitieron al penal de la calle Torrijos de Madrid. Un buen día, gracias a iniciativas extraoficiales, terminó en libertad y sin proceso.
Hernández pudo haber intentado de nuevo el exilio, pero decidió regresar a Orihuela, su ciudad, a sabiendas de que entraría en la boca del lobo, una boca donde ya reinaba el integrismo nacionalcatólico. Era notorio que sus propios vecinos iban a delatarlo, pero él no se amilanó. Un día, el poeta entró en una tienda donde se exhibía una pintura del Sagrado Corazón de Jesús con una gran víscera sangrante en el centro. Entonces, con un gesto vacilón y temerario, Hernández le preguntó al tendero: “¿A cuánto vende este tío los tomates?”.
La anécdota cobra actualidad en estos tiempos. El otro día, durante la retransmisión de las campanadas de Nochevieja en TVE, la humorista Lalachus exhibió una estampita del Sagrado Corazón de Jesús con la cabeza de la vaquilla del Grand Prix. Primero le llovieron los insultos digitales, nada que no hubiera ocurrido ya con pretextos misóginos o gordofóbicos. Después la cosa se salió de madre. Ya se sabe: Españita. Entraron en escena los sindicatos de meapilas y el escándalo de turno irá a los tribunales entre invocaciones al artículo 525 del Código Penal. Ahora el Gobierno español sale a defender a Lalachus, pero Sánchez se comprometió hace ya más de seis años a reformar el delito de ofensa a los sentimientos religiosos y aquí seguimos.
El cuento es más viejo que la tana. La misma hoguera que prendieron contra Toni Soler, Jair Domínguez y Judit Martín por una parodia de la Virgen del Rocío en TV3. La misma vaina contra la procesión del Coño Insumiso en Sevilla o el Santo Chumino Rebelde en Málaga. La misma caza de brujas contra Willy Toledo. Los ecos del proceso contra Javier Krahe con una inverosímil acusación de blasfemia. Hasta el más pintado sabe que tirar de photosop con un cristo y una vaquilla aún entra dentro de los maltrechos límites de la libertad de expresión. Pero el propósito de este revuelo es otro: la guerra cultural, el patriotismo panderetero y el hostigamiento feroz a toda tentativa de apertura.
A Miguel Hernández lo prendieron y lo dejaron morir como a una alimaña en el penal de Alicante. Todavía hoy, bastiones derechistas como el ABC o La Razón sostienen sin pudor que el poeta no fue asesinado. Aquí el cuento no va de sentimientos religiosos, sino de una Transición chapucera que permitió a los poderes franquistas mantener vigente un paquete ideológico donde no todas las libertades tienen la misma cabida. La moraleja se cuenta sola. Hay guerras perdidas que aún no hemos recuperado.