Opinió
Tribuna

President de la nueva normalidad

«Todas las partes han entendido que la sociedad catalana vivía y aún vive inmersa en la anormalidad democrática»

Jonathan Martinez
15 d'agost de 2024, 20:38
Actualitzat: 20:55h

En la primavera de 2020, tras varias semanas de confinamiento, el gobierno de Sánchez comenzó a relajar las penurias de la cuarentena con unas tímidas muestras de manga ancha. Algunas personas se incorporaron a sus puestos de trabajo. Los niños salieron a pasear. Los medios de comunicación hablaban de “desescalada”, como si las gráficas del COVID-19 fueran una cordillera tibetana y nuestra expedición anduviera ya de regreso al campamento base. Nuestro vocabulario se expandió con la pandemia y el Consejo de Ministros españoles se sumó a la euforia léxica con su Plan para la Transición hacia una Nueva Normalidad.

La “nueva normalidad” era una suerte de El Dorado, un horizonte borroso al que todos deseábamos llegar, pero veíamos lejano e inasequible. Habíamos incubado la esperanza de que algún día todo volvería a ser como antes de los pangolines y las PCR, de los aplausos a los trabajadores de la salud, del distanciamiento social y de la música en los balcones. No sospechábamos, sin embargo, que no existen las nuevas normalidades. Que la normalidad, por definición, no suele ser nueva. Lo novedoso es aquello que escapa a las normas de siempre.

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La idea de la normalidad es poderosa porque expresa una voluntad futura, el deseo de normalizar, de hacer que la excepción regrese mansamente a los cauces de la norma. Lo contrario de la normalidad es la patología, la enfermedad social, una anomalía inaceptable que nos disturba y que debe ser reconducida sin miramientos. Nos sometemos a la tiranía de lo normal, de lo homogéneo, de lo que no deja voz ni espacio para las disidencias. Las estructuras de poder necesitan de la anormalidad precisamente para corregirla, para defendernos de ella, para expulsarla de nuestra paz cotidiana.

Es curioso pero la Ley de amnistía lleva en su título un sonoro apellido que siempre pasa desapercibido. ¿Para qué sirve esa ley? “Para la normalización institucional, política y social en Cataluña”. Todas las partes han entendido que la sociedad catalana vivía y aún vive inmersa en la anormalidad democrática. No es normal que haya tantos procesos judiciales abiertos por querellas políticas. No es normal que un president deba cruzar los Pirineos de estranjis. No es normal la inhabilitación de candidatos. No es normal la expedición de tres barcos de antidisturbios en un país que solo quería votar en paz su referéndum.

Pero llegaron las elecciones autonómicas, Illa se llevó el gato el agua y las palabras han empezado a expresar nuevas realidades. De pronto, la normalización no significa solamente la recuperación de los derechos civiles sino también el retorno a los esquemas mentales del Pacto del Tinell, a los tiempos de Maragall y de Montilla, al recinto discreto del autonomismo y el seny. Para el PSC, lo normal es que los independentistas hagan política siempre y cuando renuncien a sus aspiraciones. Esa es ya la nueva normalidad. La excepción vestida de norma.

Nascut a Bilbao (1982), soc investigador en Comunicació Audiovisual. Col·laboro en diversos mitjans com Naiz, Ctxt, Kamchatka, Catalunya Ràdio, ETB i TV3.

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