En un viejo capítulo de Plats bruts, la Emma le ofrece al Lopes un beso largo, como de película, pero el Lopes aduce complicaciones digestivas. Ya se sabe: borboteos estomacales, jugos gástricos. Sin embargo, como no termina de quedar claro el cariz exacto de las complicaciones, los demás personajes mencionan la palabra temida. “Halitosis”, Lopes. Se llama “halitosis”. En ese momento, el actor Jordi Sànchez abandona abruptamente su papel y ordena detener la grabación de la serie. Que venga el guionista. No hay derecho a que mi Lopes tenga halitosis.
Los guionistas, curtidos en artimañas teatrales, han decidido romper la cuarta pared, atravesar el muro imaginario que separa a la audiencia de la obra. De pronto, la Emma ya no es la Emma, sino la actriz Mònica Glaenzel. Joel Joan deja de jugar a ser David Güell y empieza a interpretarse a sí mismo. Durante resto del capítulo, tenemos la impresión de habernos entrometido en una jornada habitual de rodaje y creemos conocer la vida real de los actores, sus sueños, sus temores, sus complejos. Pero también esto es ficción. Los actores actúan incluso cuando fingen no hacerlo.
El debate político tiene algo de ficción televisiva. Los diputados, por ejemplo, no se representan a sí mismos sino que tratan de poner voz a las ideas y estrategias de unas siglas, una masa de votantes o un pueblo. A menudo los vemos encaramados al estrado, expuestos ante el anfiteatro parlamentario, y sabemos que siguen un guión más o menos previsible en el que no queda gran margen para la improvisación. Habrá quien lo considere una farsa, pero esa suerte de convención dramática es el núcleo de la democracia representativa.
Lo que ocurre es que las máscaras no gozan de buena prensa. Exigimos a los políticos que se muestren tal y como son, sin guiones ni artificios. Las televisiones adoran esas transparencias y abundan las entrevistas donde el candidato o cargo electo de turno se sale de su papel y habla de lo mucho que le gusta cocinar, jugar a la Play con sus hijas o tararear canciones de The Tyets mientras conduce. Se rompe la cuarta pared y por un momento experimentamos una sensación de veracidad y cercanía. El problema es que esa clase de intervenciones, igual que en Plats bruts, también son actuadas.
Leo que los reyes de España han regresado a Marivent entre pompas palaciegas, besamanos y canapés de crema de cigala. El lujo. Pero la familia real siempre combina la brillantina con una espontaneidad calculada. Hace dos años, Felipe y Letizia salieron de paseo por las calles mallorquinas para regocijo de la prensa cortesana. En los reportajes vemos que los viandantes giran el cuello entre codazos, míralos, pero si son como nosotros. El rey conoce el truco. Solo debe romper la cuarta pared y fingir que no hace de rey, sino de sí mismo. Que sale a la calle con el primer trapo que encuentra en el armario. Que se mezcla a gusto con la chusma. Y que en realidad no tiene halitosis.